GUADALUPE. UN REFERENTE DE LA MEDICINA Y CIRUGIA ESPAÑOLA
Cuenta la leyenda que la tradición cristiana adjudica al Evangelista San Lucas un amplio campo de actividades, entre las que sobresalen el ejercicio de la medicina y una gran habilidad para la pintura y la escultura.
Por ello se dice, que fue el propio San Lucas quien tallo directamente la imagen de la Virgen, que con el tiempo sería llamada de Guadalupe, tomando para ello, directamente los rasgos de la Virgen María con quien convivio un tiempo.
Tal cariño cogió San Lucas a la mencionada talla por su gran parecido a Virgen María, que pidió ser enterrado con ella, hecho que se cumplió según su voluntad.
Pasados los años, ha mediado del Siglo IV cuando ya el Cristianismo era religión oficial del Imperio Romano, se descubrió la Tumba del Evangelista, siendo trasladados sus restos con la imagen de la Virgen a Constantinopla, que en aquel momento era la capital del Imperio.
Casi medio siglo después, por el año 581 se encontraron en Constantinopla el Cardenal Gregorio, enviado por el Papa como Nuncio Apostólico ante el Emperador y quien luego sería San Leandro de Sevilla, que en aquellos momentos era Arzobispo, y que había sido enviado por su hermano San Hermenegildo para solicitar ayuda contra la invasión de los mozárabes. Naciendo entre los dos una gran amistad que con el tiempo se haría muy duradera.
Al morir el Emperador Tiberio II, le sucedió Mauricio gran amigo del Cardenal Gregorio, quien le regalo a este la imagen de la Virgen.
Años más tarde el mencionado Cardenal Gregorio fue elegido Papa, reinando con el nombre de San Gregorio Magno, quien coloco en su oratorio privado la Virgen que le acompañaba desde Constantinopla.
El mencionado Papa, deseoso de imponer orden y gobierno en la Iglesia Católica, convoco un Concilio y a tal efecto mando llamar a Roma a los obispo de toda la cristiandad, entre ellos a su viejo amigo San Leandro, el cual debido a los serios problemas que tenía su Obispado, designo como representante suyo y del obispado a su hermano Isidoro, a quien entregó una carta para el Papa en la que le solicitaba le enviase varios de sus escritos sobre textos sagrados, así como ayuda para convertir al Cristianismo a los Visigodos.
Tal impresión, debió de causarle al Papa la situación de su amigo Leandro, que le regalo la Imagen de la Virgen convencido que esta le ayudaría a superar el momento crítico por el que atravesaba el Arzobispado de Sevilla.
Con motivo de la caída del Reino Visigodo y al comenzar a ser conquistada la Península Ibérica por los árabes, allá por el 711. Algunos clérigos de Sevilla cogieron de las Iglesias algunas reliquias entre la que se encontraba la Imagen de la Virgen y marcharon hacia el Norte huyendo del avance musulmán.
Deseoso de poner a salvo la mencionada imagen, al llegar a un lugar recóndito de la antigua Lusitania, conocido como las Villuercas, y junto a un rio enteraron la estatuilla, junto a una campanilla de plata y una carta en la que se contaba la historia de aquella Santa Imagen, para que quien la encontrara le diera la veneración que se merecía.
Años más tarde a finales del Siglo XIII, a un vaquero llamado Gil Cordero cuyo ganado pastaba en una dehesa cerca de la aldea de Alía, se le extravió una vaca. Después de estar buscándola durante tres días, la encontró muerta, pero sorprendentemente sin haber sido atacada por las muchas alimañas que había por la zona.
Pensando el vaquero que por lo menos podía aprovechar su piel para curtirla, se puso a despellejarla y según era costumbre para empezar realizo una cruz en el pecho del animal, y en ese momento se le apareció la Virgen Maria manifestándole:
“No temas que soy la madre de Dios, salvador del linaje humano; toma tu vaca y llévala al hato con las otras, y vete luego para tu tierra y dirás a los clérigos lo que has visto, diciéndole que te envió yo y que vengan a este lugar donde ahora estas y que caven donde estaba tu vaca muerta y debajo de las piedras encontraran una imagen mía.
Y cuando la encuentren dirle que no la muden, ni se la lleven de este lugar; sino que hagan una casilla y la expongan. Y pasado el tiempo se haga en este lugar una iglesia y de esa forma el pueblo se hará grande”.
Siguiendo el mandato de la Virgen, el pastor marcho avisar al Clero, y estos le acompañaron hasta el lugar de la aparición, donde escavaron y encontraron la imagen de Maria con algunos documentos que probaban su origen.
Posteriormente construyeron en el lugar una pequeña ermita, donde expusieron la imagen de la Virgen para su culto, recibiendo a partir de entonces el nombre de “Santa Maria de Guadalupe”, que significa rio escondido porque fue en su margen donde apareció.
Posteriormente, algunos habitantes del Concejo de Alía y el propio vaquero Gil Cordero con sus familia se quedaron en el lugar como guardianes de la Virgen y comenzaron a edificar en el lugar pequeñas casas, dando lugar a lo que posteriormente seria conocida como LA PUEBLA DE GUADALUPE.
Al irse extendiendo la fama milagrosa de la Virgen por los reinos cristianos, el sitio se convirtió en un lugar de peregrinación, donde además de los que se acercaban para venerarla, había otros muchos peregrinos que iban en busca de la salud perdida, buscando el milagro de la Virgen para su enfermedad.
Tal era el número de personas que acudían a Guadalupe, que se hizo necesario la construcción de diferentes edificios para su alojo (pues no hay que olvidar que en aquella época los viajes no eran de ir y volver; sino que se quedaban varios días), naciendo así los primeros hospitales de Guadalupe, aunque en aquella época eran meros lugares de hospedaje y asilo, y no centros de curación como lo serían más tarde.
Con el tiempo, el lugar se convirtió en un punto de referencia de la Devoción Mariana. Y aunque no se tienen noticias exactas del momento en que se inicia la construcción del Santuario, algunos autores lo sitúan al principio del Siglo XIV, ya que en 1.339 ya estaba construido el Santuario primitivo, que según diferentes escritos se quedaba pequeño para el gran número de peregrinos y fieles que acudían al lugar como lo prueba que en aquella época ya había seis capellanes encargados del culto.
Sin embargo, el gran auge de Guadalupe, vendría motivado por un hecho histórico que marcaría los designios de España.
Pensando el Rey Alfonso XI, que sus tropas podían ser vencidas por lo moros en 1.340 en la Batalla del Salado, este se encomendó a la Virgen de Guadalupe, suplicándole ganar la mencionada batalla por lo que dicha victoria suponía para el cristianismo en general y en especial de la Península Ibérica.
Y como al final las tropas cristianas resultaron vencedoras, el Rey fue a postrarse a los pies de la Virgen, como su divina protectora, permaneciendo varios días en Guadalupe, en uno de los edificios que había mandado construir anteriormente.
Este hecho, dio lugar a que la fama de la Virgen de Guadalupe, se extendiera aún más, y no solo entre el pueblo llano, sino posteriormente entre todos los monarcas españoles.
A partir de ese momento, todos los Reyes de España guardaron una especial devoción a la Morenita de la Villuercas, llegándose a convertir con el tiempo el Santuario en “Monasterio de la Hispanidad” como veremos posteriormente.
Tal era la gratitud que el Rey Alfonso XI sentía hacia la Virgen, que pidió al Arzobispo de Toledo, de quien dependía la Iglesia de Guadalupe, que le otorgara a él y a sus descendientes el “Derecho del Patronato” sobre el santuario, lo que le daba derecho a presentar y proponer a personas para el Gobierno del Monasterio.
Posteriormente a instancia de Pedro Gómez que ostentaba la titularidad del Santuario, el Rey Alfonso XI ordeno se le asignara un término propio al Monasterio independiente de las tierras de Trujillo y Talavera, así como la libertad de pastos a un número determinado de cabeza de ganado en diferentes el términos de Extremadura.
En tiempo de Enrique II, además de la ratificación de las cesiones anteriores, amplio las mismas como fue la jurisdicción sobre la Puebla, así como la asignación de diferentes rentas situadas por diferentes lugares del Reino.
Tal era el poder económico que iba adquiriendo el Santuario Guadalupense, que el 1.363 el Prior pidió autorización al Rey para comprar tierras libres y de esa forma ampliar sus posesiones en los condados de Talavera y Trujillo.
E igualmente el Rey pidió al Arzobispado de Toledo, que se elevará la Iglesia a la categoría de Priorato, proponiendo para el mencionado puesto al Cardenal Barroso, encomendándoles: “La cura de las almas y del cuerpo de los peregrinos de dicho Santuario”.
Años más tardes y una vez que el Cardenal Barroso vio cumplido sus anhelos de ver engrandecer el humilde y primitivo Santuario, creyó llegado el momento de dedicarse a otras obligaciones inherentes a su estatus de Cardenal, dejando vacante el Priorato de Guadalupe.
Para cubrir dicha vacante fue nombrado Prior Fernández de Mena, quien durante su mandato aumento de forma notable el patrimonio de Guadalupe debido a las donaciones reales y particulares, consistentes no solo en dinero sino en grandes propiedades de tierras y casas.
Utilizándose todas estas rentas en beneficio del Monasterio y de La Puebla, como fue por ejemplo la construcción del “Arca del Agua” gran obra hidráulica para la traída del agua al Monasterio y la Puebla, que supuso un gran esfuerzo de medios técnicos de la época.
Fue durante su mandato, cuando las ampliaciones del Santuario comenzaron adquirir sus peculiaridades arquitectónicas que hoy conocemos, sobre todo la parte de sabor de fortaleza medieval.
E igualmente, además de la traída del agua a la Puebla, comenzó en ella a levantar nuevas viviendas para sus habitantes y el hospedaje de los peregrinos que en multitud visitaban el Santuario.
Tal era el poder económico que iba adquiriendo el Priorato de Guadalupe, que comenzó a crear recelos en otros estamentos de la Iglesia, lo que conllevo algunos desencuentros, como cuando el Arzobispado de Toledo, sentencio la excomunión para el Prior y los clérigos de Guadalupe, al negarse los religiosos a pagar 500 maravedíes como contribución al Arzobispado.
El Prior poco dispuesto a dejarse intimidad por el Obispo, escribió una carta al Rey Don Pedro exponiéndole el caso, el cual contesto al Arzobispo de Toledo diciéndole que les levantara la excomunión, así como que no les exigiera los 500 maravedíes y que les devolviera a Guadalupe todo lo que hasta la fecha hubiera pagado.
Al aroma de prosperidad económica que se olía en Guadalupe, acudieron los mejores y más avispados olfateadores, entre ellos numerosos judíos capaces de oler las ganancias desde los más lejanos lugares de la Península.
Ello conllevo la aparición de algunos conflictos entre los antiguos habitantes de la Puebla y los nuevos que llegaron alcanzar cotas extremadamente peligrosas, lo que llevo al Prior a buscar como solución poner el Santuario bajo la autoridad de una Orden Religiosa, por cuanto el clero regular estaba más organizado y era más obediente a las medidas que se debieran tomar.
Al exponerle el Prior al Rey Juan I la idea, este le dio el visto bueno y libertad para elegir a la Orden que considerase más idónea.
La primera Orden elegida, fue la de la Merced, ya que la reina Dña. Beatriz, segunda esposa del Rey tenía gran devoción por los Mercedarios, hasta el punto que les había donado un Palacio Real en Valladolid.
Pero no se sabe muy bien porque, el caso es que dicha Orden aguanto solo poco más de un año en Guadalupe al frente de la administración del Santuario.
Fracasada la elección de la primera Orden, la segunda elegida por su rigor, disciplina, santidad en la costumbre y la preparación humana de sus monjes, fue la de Los Jerónimos. Orden de reciente fundación y netamente española.
Aceptada por “Los Jerónimos” la propuesta. El Rey Juan I expidió en Sotos Albos, el 15 de Agosto de 1.389, una Real Provisión por la que mandaba se alzase el Santuario de Guadalupe en Monasterio y se entregase a los frailes designados para formar la primera Comunidad de Guadalupe, entregándoles el patrimonio acumulado del Santuario y, renunciando al patronato sobre la Puebla.
Por su parte, don Pedro Tenorio, Arzobispo de Toledo y con jurisdicción sobre el territorio del Monasterio, otorgó su pleno consentimiento según carta firmada en Alcalá de Henares, el 1 de septiembre de 1389, y autorizó a don Juan Serrano la entrega del Santuario a “Los Jerónimos”
A los pocos días, salían del Monasterio de Lupiana (Guadalajara) treinta y dos monjes a los que se les junto en Talavera otro, que había ido a Toledo a tratar con el Arzobispo distintos asuntos.
Cuentan las crónicas, que al atardecer del viernes 22 de octubre de 1.389, los treinta y tres monjes jerónimos entraron en el Monasterio Guadalupano, en el que estarían durante más de 500 años.
Al día siguiente de su llegada, celebraron su primer capítulo para la elección del Prior Jerónimo de Guadalupe, cayendo el cargo por unanimidad en D. Fernando Fernández de Figueroa.
Instalados los Jerónimos, tomaron hábitos de la orden varios de los capellanes que hasta la fecha tenía la Virgen, así como diversos vecinos y maestros de diferentes oficios que habitaban en la Puebla, con lo que pudieron comenzar enseguida las actividades artísticas, e industriales que caracterizarían al Monasterio Guadalupano durante muchos años.
Una de las tareas prioritarias que se impusieron Los Jerónimos al hacerse cargo del Santuario fue la de incrementar y diversificar los servicios benéfico-asistenciales que había venido proporcionando hasta entonces el Priorato Secular.
Para elevar el número de romeros, objetivo inexcusable si se pretendía popularizar aún más el Monasterio, era necesario que la comunidad proporcionase hospedaje y comida a un elevado porcentaje de aquéllos.
Llegándose a dar cobijo y comidas según cuentan las crónicas a más de 1.000 visitantes diarios, sobre todo en las fechas próximas a la Festividad de la Virgen a principio de septiembre.
Gracias a ello, los peregrinos pudieron ser tan numerosos, ya que de no haber sido así, las peregrinaciones a Guadalupe sólo podrían haber sigo protagonizadas por personas de condición económica relativamente acomodada y, por tanto, el flujo de visitantes al santuario habría alcanzado una intensidad menor.
Los Jerónimos ofrecían a los romeros pobres: aposento y comida gratuita durante tres días, un par de zapatos, servicios sanitarios y algo
de pan y de vino para el camino de regreso.
Tal era el número de peregrinos que acudían a Guadalupe, que en 1.467, Charcher escribió: “En ningún rincón de la cristiandad suele haber tan gran concurso de gente por devoción y piedad, como en Guadalupe”.
Y Fray Jose de Sigüenza manifiesta: “En los ocho día del novenario de la Fiesta de Septiembre, concurren a este templo unas 25.000 personas.
Pero no solo Guadalupe era uno de los mayores centros espirituales del catolicismo; sino un referente para muchos poetas y escritores.
Así nos encontramos, que nuestro celebre Lopez de Vega en su obra “El peregrino de su Patria” escribe:
“Guadalupe se halla en la profundidad de un valle con tanta cantidad de afluentes de agua, flores, árboles y caza, que parece que la naturaleza, sabedora desde el principio del mundo, del futuro del suceso que iba a suceder en su suelo, se unió a ella para acompañar al singular Palacio de la Princesa del Cielo”.
Y el poeta Pedro Lopez de Ayala, estando prisionero en Portugal con motivo de la perdida de la Batalla de Albujarota, le canto a la Virgen estas loas:
Si de aquí tú me libras, siempre te loare,
y tu casa muy santa yo visitare.
Señora por cuanto supe,
tu socorro de ti espero,
y a tu casa de Guadalupe,
prometo ir de romero.
Y nuestro inmortal Miguel de Cervantes escribió:
“Apenas hube puesto los pies en la entrada del Valle que forman y cierran las altísimas sierras de Guadalupe, cuando cada paso que daba, nacían en mi corazón nuevas ocasiones de admirarme, llego la admiración a su punto cuando vi el grande y suntuosos Monasterio cuyas murallas encierran la Santísima Imagen de la Emperadora de los Cielos, santísima imagen de la libertad de los cautivos, imagen que es salud de la enfermedad, consuelo de los afligidos, madre de huérfanos y reparo de desgracia.
Y es que, con “Los Jerónimos”, el Monasterio experimento en poco tiempo un gran crecimiento en todos los sentidos.
Así ha mediados del Siglo XV contaba con unos 130 frailes, y cerca de 1.000 personas que directa o indirectamente trabajaban al servicio de las diferentes facetas del Monasterio.
Alcanzando en el mencionado Siglo su mayor esplendor, convirtiéndose en todo un referente no solo a nivel espiritual; sino también a nivel económico y del poder Monárquico.
Según Antonio Ponz en su libro “Viaje por España” expone que solo procedente de las Indias, el Monasterio recibió de 1548 a 1558, unos 30 millones de maravedíes en oro, perlas, joyas y dinero en metálico.
Y años más tarde Unamuno escribiría:
“El Monasterio era riquísimo, y de estas riquezas quedan aún vestigios y restos. Tan rico eran los Jerónimos que después de enseñar al visitante una opulenta capa cuajada en oro y pedrerías que regalo a la Virgen el Rey Felipe II, se le enseña otra más opulenta aun, que regalo la propia Orden Jerónima para achicar al Rey.
Aunque para mí lo mejor de todo lo que guarda el Monasterio, es la magnífica colección de libros de oro que tiene, tal vez la mejor de España”.
Según el historiador extremeño, Victor Chamorro, a partir del siglo XV, Guadalupe, junto con los santuarios de Roma y Compostela tienen el privilegio que manda y obliga a las personas de fortunas suficientes a mejorar con bienes y dinero a la Virgen en sus testamentos.
Tanto es así, que el mencionado historiador en su gran obra “Historia de Extremadura” manifiesta q en aquel tiempo Guadalupe se convirtió en un MINI VATICANO.
Por todo ello, no es de extrañar, que a partir de mediados del dicho Siglo, la Comunidad del Monasterio comenzó a comprar todo tipo de pequeñas haciendas en los alrededores de Guadalupe y de los pueblos limítrofes.
Y grandes dehesas para el pastoreo de su ganado por toda Extremadura, como lo demuestra la finca de su propiedad llamada “La Hoja de Santa Maria de Guadalupe” que tenía su propia Ermita para el culto y estaba situada en los Campos de Brozas a más de 150 km de Guadalupe, donde pastaba un numeroso rebaño de ovejas merinas de su propiedad.
Y es que la cabaña de ganado sobre todo de merinas, orientadas a la producción de lanas, fue la principal fuente de financiación para el mantenimiento del conjunto del Monasterio durante muchos años.
Tal fue el número de tierras y fincas que poseía, 42 grandes dehesas, junto con la gran cabaña ganadera de la que era dueña la Comunidad Guadalupana, que llego a poseer uno de los patrimonios más grandes del Reino.
Según cuentan las crónicas, la Comunidad Jerónima de Guadalupe llego a ser dueña de: 80.000 ovejas, 3.000 vacas, 6.000 cabras, 650 cerdos y más de 2000 caballos.
Tal era su poder económico, que por Extremadura y Castilla se hizo popular un refrán que decía:
Más que Conde
e incluso Duque.
Es ser Fraile de Guadalupe.
El gran poder económico procedente de la ganadería, ni que decir tiene que trajo enfrentamiento entre los frailes que vivían y se dedicaban a realizar las funciones propias del Monasterio, y los responsables de los rebaños de ganado.
Ya que estos últimos manifestaban que siendo ellos con su trabajo los que más aportaban a la economía del Monasterio, eran a los que menos consideración se les tenía.
Hasta tal grado debió llegar el enfrentamiento entre unos y otros, que por parte del Prior se vio en la obligación de sacar una especie de circular, en la que exponía:
“Algunos de los que guardan y cuidan los rebaños suelen murmurar, ya que creen que no tienen beneficio por ese servicio, ya que como no se les ve rezando en grupo, ni asisten a las reuniones de la comunidad, no se cuenta con ellos, sin embargo ello no es así, ya que son ejemplos de los patriarcas que apacentaron sus rebaños.
Por ello deben seguir cuidando los rebaños de ovejas que tienen encomendados, porque con ellos se logran no uno sino muchos beneficios. A través de ellos, se sustentas los enfermos, se nutren los niños y los ancianos, se redimen los cautivos, se atiende a los huéspedes y viajeros que acuden al Monasterio.
Por lo cual el que esté a cargo de los rebaños, han de obedecer y realizar su trabajo con alegría de ánimo, pues a través de su trabajo, recibirá la salvación de su alma”.
La Cabaña Ganadera ovina del Monasterio de Guadalupe, fue uno de los más grandes rebaños trashumantes de la Mesta.
Sus rebaños pastaban en el invierno en las cálidas dehesas extremeñas de la Serena y de los Campos de Alcántara principalmente, y en el verano subían a las suaves montañas de Castilla, principalmente de Segovia, Ávila, León y Soria, llegando incluso a pastar en la actual Rioja, ya que tenían un acuerdo con los monjes del Santuario de Valbanera situado en la Sierra de la Demanda, por el cual se cedían sus tierras, para que pastaran sus ganados.
Tanto poder llego a tener el Monasterio de Guadalupe en el conjunto de la Mesta, que Felipe II nombro a la Virgen Morenita, Patrona de Honrado Concejo, celebrándose muchas veces en el Monasterio la Mesa de la Junta del Patronato que se celebraba durante la época del invernadero.
Ello le supuso al Monasterio una fuente más de riqueza, pues además de la gran cantidad de dadivas que recibía por parte de los poderosos ganaderos, el Concejo también le dono grandes obras, como fueron por ejemplo las enormes lámparas de plata que lucían día y noche en el santuario.
Por otro lado, es conocida la gran devoción que la Reina Isabel la Católica sentía por la imagen de la Virgen. Tal como nos relata Fray Diego de Écija, cronista y testigo ocular:
"En tiempos en que fueron priores Fray Diego y Fray Nuño de Arévalo, paisanos de la reina... frecuentaban mucho a venir a este Monasterio los Reyes Católicos. D. Fernando y Doña Isabel, lo cual habían acostumbrado a hacer desde el principio de su reinado… porque no comenzaron negocio que fuese arduo que no viniesen primero a encomendarse a esta Reina de misericordia… siendo librados por ella de muchos peligros y con el amor y devoción que a esta casa tenían quisieron que las infantas y el príncipe Don Juan sus hijos, se criasen y estuviesen algún Tiempo en este Monasterio".
Tan numerosa fueron las visitas de Isabel y Fernando en Guadalupe, más de veinte según las crónicas, que mandaron construir junto al Monasterio la Real Hospedería como estancia palaciega.
Una de las dos visitas más importantes históricamente, fue la realizada en 1.486 cuando recibieron en el Monasterio a los representantes de todos los partidos y banderías de Cataluña que se encontraban enfrentados en una interminable Guerra Civil y Social a fin de que pusieran fin a la misma.
Decretando a tal fin, la famosa “Sentencia Arbitral de Guadalupe” que puso fin a la llamada Remesa Catalana, por la cual los campesinos (payesos) quedaban liberados de las leyes feudales y quedaban como propietarios de sus tierras y sus cultivos mediante un pequeño pago.
Y la otra visita histórica, que además fue la más larga de los Reyes Católicos, fue la realizada en 1.492. Ya que duró algo más de un mes y tenía como objetivo, además de mostrar su agradecimiento a la Virgen por la Conquista de Granada y el término de la reconquista. Entregar las cartas autorizando a Colon para que pudiera preparar todo lo necesario para el Descubrimiento de América.
Suelen también recoger las crónicas, que el propio Cristóbal Colon realizo numerosas visitas al Monasterio.
Se sabe por el Diario del Navegante, y por crónicas de la época, que debido a una fuerte tempestad en uno de sus viajes: “El Almirante ordeno que se echase a suerte entre la tripulación, para que llegado a España, un romero fuese a Santa Maria de Guadalupe y llevase un cirio de cinco libras de cera e hiciese votos por todos ellos. Para lo cual metió en un bonete tantos garbanzos como marineros había, haciendo una cruz con el cuchillo en unos de ellos.
El Almirante, fue el primero en meter la mano, sacando el garbanzo con la cruz, y así cayó sobre el la suerte de ser el romero que fuese a Guadalupe, y así cumplió su voto”.
Es igualmente conocido, que en su segundo viaje a las Indias, puso el nombre de Ntra. Sra. de Guadalupe a una de las islas de las Antillas.
Y que varios de los conquistadores extremeños antes y después de sus viajes acudían al Monasterio a pedir su amparo y protección o a dar gracias.
Muchos años después escribiría Unamuno:
“Al llegar a Guadalupe una de las cosas que sentir fue una fuerza íntima y aquel anhelo que lanzo a la recién descubierta América a tantos aventureros extremeños que iban ante de entregarse al mar, a postrarse ante la Virgen de Guadalupe, para despedirse de la patria, encarnada para ellos en la Virgen Negra”.
Guadalupe también quedo para siempre en el corazón y recuerdo de la Reina Isabel la Católica, como se deduce del hecho de que al otorgar testamento en Medina del Campo no solo recuerda el Santuario de Guadalupe entre los beneficiarios de sus limosnas sino que, mientras lega su cuerpo al templo franciscano de Granada, ordena que su espíritu, contenido en las páginas de su última voluntad se guarde cerca del icono de Santa María que ella tanto amó:
"E mando que este mi testamento original sea puesto en el Monasterio de Guadalupe para que cada e cuando fuere menester verlo originalmente lo puedan allí fallar...”.
El apoyo y la devoción de los Reyes Católicos al Monasterio y a la Virgen supuso que durante muchos años Guadalupe se convirtiera en un referente no solo de la de la Conquista de América y de la Historia de España; sino de varias disciplina en varios aspectos como ser uno de los centros españoles más importantes en materia de ciencia médica, asistencia sanitaria y enseñanza de la medicina y la cirugía de la época.
Y es que desde su llegada, entre los trabajos que los monjes jerónimos realizaban, destacaban de una forma especial, pues era obligatorio en la orden, la atención médica a enfermos que vivían en la población y sus alrededores y de los peregrinos que acudían al famoso santuario mariano.
Cuentan las crónicas, que ya uno de los monjes jerónimos venidos desde Guadalajara, Fray Gonzalo, era apodado el “físico”, lo que en aquella época equivalía a “medico”. Siendo este Fray el primero que empezó a ejercer la labor asistencia a los enfermos de la Puebla.
La práctica médica en la época medieval, se fundamentaba sobre tres contenidos que eran: La dietética, la farmacología y la cirugía.
Aunque parezca mentira, ya en aquella época se estudiaba la influencia de la comida en la salud humana. Ya que en aquel tiempo se daban los dos extremos: mesas que gozaban de toda clase de alimentos y manjares no siempre idóneos para la buena salud.
Y una multitud de población que dependía de lo poco que arrancaba al terruño y que carecían de los más elementales sustentos, lo que suponía innumerables hambrunas mortales.
El estudio de la influencia de la comida en la salud humana se hizo para los “físicos” (médicos) una obligación, aunque sonara a sornar aconsejar la necesidad de comer carne para estar bien alimentado a los pobres que muchas noches se tenían que ir acostar con una cebolla.
Aunque si lo trasladamos 1.500 años después se sigue dando la misma paradoja. Se nos dice que para tener buena salud es necesario una dieta equilibrada que contenga: verduras, legumbres, carnes, pescados, etc., cuando hay en el Mundo millones de seres humanos que no tienen nada que llevarse a la boca.
En cuanto a la Farmacología, se basaba en el desarrollo de la medicina, a través de la utilización de plantas medicinales. Rama esta que adquirió un gran desarrollo en España, como consecuencia del conocimiento que sobre las mismas trajeron los árabes, siendo el Dioscórides un libro fundamental y fuente del saber para la utilización de las plantas en la medicina.
Y por último en cuanto a la Cirugía, en aquella época estaba limitada al arreglo de algunas fracturas, el drenaje de fácil acceso y la sangrías, ya que el conocimiento del cuerpo humano era muy limitado, y se basaba en la extrapolación del estudio y conocimiento de los diferentes órganos de los animales, siendo posteriormente en los Hospitales de Guadalupe, unos donde la cirugía adquiera una de las mejores técnicas, debido al conocimiento del cuerpo humano.
La primera mención escrita a la palabra Hospital propiamente dicha sobre los centros de Guadalupe, data de 1.329 cuando una vecina de Alía, según su testamento dono todos sus bienes al Hospital de Guadalupe.
Por su lado, hay historiadores que dicen que cincuenta años antes de la llegada de los Jerónimos, ya estaban fundados algunos hospitales, para ello toman como referencia los privilegios concedidos a estos por Alfonso XI en 1.340 y 42.
Sin embargo en el inventario de bienes entregados a su llegada a los Jerónimos, figuran seis boticas pero ningún hospital, luego parece que entonces más que hospital se hablaría de Hospedería.
Como hospitales propiamente dichos, es decir, establecimientos destinados a la atención de enfermos, durante los primeros años del Priorato Secular solamente hubo uno, conocido como Hospital de San Juan Bautista.
Debido a que la Iglesia prohibía la práctica de la medicina y la cirugía a los miembros consagrados, los Jerónimos de Guadalupe solicitaron autorización para ejecutarla al Sumo Pontífice.
Concediendo tal petición el Papa Eugenio IV en 1.442 para los monjes que hubieran realizado estudios antes de entrar en la Orden, debiendo ejerce la medicina de forma gratuita.
Posteriormente debido a la cantidad de enfermo a atender, en 1.451 el Papa suprimió la condición de estudios previos.
En la petición al Papa, los Jerónimos le expone:
“Como al monasterio de Santa María de Guadalupe, de la Orden de San Jerónimo, de la Diócesis de Toledo, concurren, por causa de devoción y de peregrinación, desde distintas partes, muchas personas de uno y otro sexo, ricas y pobres, algunas de las cuales con frecuencia enferman en dicho lugar de Guadalupe o dentro de su circunscripción y como hay allí algunos hospitales construidos para acogida y medicación de peregrinos pobres y de enfermos, en los cuales muchas veces se atiende a los enfermos, y en el mismo lugar ha crecido un pueblo no pequeño y en el mencionado monasterio residen más de cien frailes, algunos de los cuales y también gentes del dicho pueblo son agravados de padecimientos y enfermedades, sobre las cuales, tanto ellos como las otras personas mencionadas, necesitan del consejo de los médicos, que piden con insistencia e inoportunamente a los mismo frailes, que son peritos en las ciencias de la medicina y de la cirugía, y que ellos mismos se retraen de dar, porque el ejercicio y también el estudio de este género de ciencias se dicen prohibidos a los religiosos.
Y como ahora, Beatísimo Padre, no se encuentran médicos seglares dentro de dos jornadas de distancia de este lugar, con los que cómodamente puedan ser ayudados en estas cosas y por esto pueden venirles no pequeños daños, de parte del prior y del convento del mismo monasterio, no constituidos en Ordenes sagradas, presentes y futuros, que antes del ingreso en esta Religión habían sido doctos en las facultades de medicina y de cirugía o en alguna de ellas, puedan con licencia y dispensa del prior de este monasterio estudiarlas y practicarlas y aplicar consejos y medicamentos en cualesquiera padecimientos y enfermedades, tanto a los frailes como a los enfermos de dichos hospitales y también a cualesquiera otras personas que habiten dentro del lugar y monasterio mencionados, cuantas veces fuere necesario, con tal que se haga gratuitamente y con miras de caridad, de tal modo que los ricos no se hagan llevar a este lugar o distrito para percibir de los referidos medicamentos y curaciones, si pueden tener otro médico.
Por lo cual. “Dignaos concederlo y otorgarlo misericordiosamente, como gracia Especial. No obstante los derechos, constituciones y ordenaciones apostólicas y los privilegios e indultos concedidos ha dicho prior y convento, también si de ellas y a tenor de la misma se ha de hacer especial y expresa mención a las presentes, y cualesquiera otras que sean contrarias, con sus cláusulas oportunas.
Sobre este tema y la Licencia Papal, mucho se ha exagerado sobre la misma, cuando la licencia era solamente para habilitar a los monjes en el estudio y práctica de la medicina y cirugía en una época, en que estudio y práctica estaban prohibidos a clérigos y monjes y, por otra parte, su intervención médica era completamente necesaria para la atención de hospitales y peregrinos, por falta de médicos seglares.
En término más sencillo: El prior y el Monasterio solicitaban del Papa dispensa de las leyes eclesiásticas que prohibían el estudio y ejercicio de la medicina y cirugía a los monjes, limitando su petición de indulto especial a los monjes no ordenados in sacris y, por tanto, excluyendo a los monjes ordenados, aunque fuesen médicos o peritos en medicina y cirugía.
Según algunos cronistas, aunque dichas dispensas concedidas a Guadalupe sean ciertamente tempranas, y sean a la vez testimonio que acredita la importancia que entonces tenían los hospitales guadalupenses, no se puede afirmar con certeza que las prácticas realizadas en este monasterio, sean las primeras autopsias practicadas en España o las primeras disecciones importantes del cuerpo humano hechas en España.
Los monjes legos ejercieron la medicina en Guadalupe, hasta el principio del Siglo XVI, en el que el general de la Orden dispuso que pasasen a ocupar únicamente las labores del servicio del Monasterio.
A partir de entonces, se comenzó a contratar médicos seglares y así siguió hasta el Siglo XIX. Los médicos y cirujanos contratados que llegan a Guadalupe reciben cuantiosos honorarios, a cambio de asistir gratuitamente a los enfermos de los hospitales.
En cuanto a los Hospitales propiamente dichos, ante la demanda progresiva de asistencia sanitaria de los muchos peregrinos que acudían al Monasterio, el hospital inicial se quedó pequeño, por lo que a mediados del siglo XV se edificó el Hospital Nuevo, destinado a la atención de mujeres, y a finales del mismo siglo se construyó el Hospital de la Pasión, dedicado al tratamiento de las “sífilis”.
Años después, y formando parte del propio Monasterio, se edificó la Enfermería de los Monjes. Y algunos otros edificios, que aunque también se denominaban hospitales, realmente sólo fueron hospederías, si bien ocasionalmente, si las circunstancias lo exigían, sus camas se ocupaban con enfermos.
Se trataba por tanto como se puede ver, de una auténtica Ciudad Sanitaria con el personal, conocimiento y la infraestructura del momento la que surgió en torno al Monasterio de Guadalupe.
O en expresión de nuestros días, Guadalupe se convirtió en un auténtico Complejo Hospitalario Universitario.
El primer hospital propiamente dicho, fue el Hospital de San Juan Bautista, también conocido como Hospital de Hombres, que al ser el primero estaba muy próximo al Monasterio.
Dicho hospital, fue construido en 1402 por Fray Fernando Yáñez, aprovechando la edificación previa de la hospedería levantada durante la etapa de Priorato Secular.
Hoy día aún persisten restos arquitectónicos de este antiguo hospital, como el Claustro principal de estilo gótico, con distintas salas y dependencias, que forma parte del actual Parador Nacional de Turismo.
Además tenía dicho hospital, un segundo claustro, más pequeño, conocido como Claustro de las Unciones y Sudores, con algunos arcos mudéjares y elementos góticos, y en el sótano una Sala de Operaciones, llamada tradicionalmente Sala de Autopsias.
La entrada al Claustro Principal se hacía a través de una puerta de traza renacentista, coronada por un escudo con un jarrón de azucenas, como emblema mariano y con la leyenda (Brilla en la enfermedad).
Era un edificio de notables proporciones, dotado de más de 80 camas de hospitalización, en el que podían ingresar cualquier paciente, excepto los enfermos con procesos contagiosos, incurables o de larga evolución, a fin de no limitar las camas disponibles para los peregrinos y evitar posibles epidemias.
Los enfermos que no cabían en el hospital eran, a veces, ingresados en casas particulares, pero siempre seguían siendo tratados por los médicos del hospital.
Se trataría de la modalidad de asistencia sanitaria que hoy conocemos como extra hospitalaria, denominada “Hospitalización a domicilio”.
Los enfermos ingresados en el Hospital, se distribuían en cuatro salas: Una para los capellanes, colegiales y sirvientes de la Orden; otra, para heridos y operados; una tercera para enfermos con calentura, y la última, para los pacientes con procesos de mayor riesgo, lo que sería el antecedente de lo que actualmente conocemos como “Unidad de Cuidados Intensivos (UCI)”.
Además de todo ello, el Hospital, estaba bien dotado de todo lo necesario, incluida abundante ropa blanca, ya que según los cronistas era mucha la que se consumía en las ochenta camas, en los dos meses de invierno que duraban las Unciones.
Según dichos cronistas, al Médico nunca se le ponía coto, incluso en lo referente a las recetas, ya que tenía la facultad dada por el Prior de ser el árbitro de todo aquello que necesitara para dar salud y alivio a los peregrinos enfermos.
En cuanto a la plantilla del hospital, estaba constituida por un médico principal, que era siempre un famoso Cirujano del Reino, un médico pasante de medicina, un segundo cirujano y seis aprendices de cirugía a los que le daba lección.
El médico principal tenía tres cargos oficiales: Profesor de la Escuela de Medicina, médico de los monjes y medico titular de la Puebla, con facultades para atender a todos los vecinos.
Otro hospital de los que existían en Guadalupe, era: El Hospital Nuevo, llamado también Hospital de Mujeres, que fue construido con donaciones de fray Julián Jiménez de Córdoba, que era un acaudalado herrero, que abandonó la vida seglar después de la muerte de su esposa para entrar en la Orden de San Jerónimo.
Estaba dotado el mismo, de un amplio claustro, con habitaciones en dos plantas, y aunque en el acta fundacional se decía que en él podían ingresar tanto hombres como mujeres, sin embargo a lo largo de toda su historia sólo fue ocupado por mujeres.
Fray Francisco de San José nos describe el funcionamiento de este importante centro sanitario:
“Ni es desatendido el sexo de las mujeres de la insigne caridad de este ilustrísimo Monasterio. Ya que tiene otro Hospital para su curativa, en donde se guarda el mismo orden, y se asiste con todo lo necesario, como en el de los hombres.
Es servido de mujeres de buena vida, llamadas “beatas” para que su piedad no asquee con melíndre las enfermedades, y velen con santo celo la honestidad, y recato de las enfermas: y porque sucede muchas veces ser los enfermos tantos, que no caben en los Hospitales, dilata este Monasterio los espacios de su caridad más allá de los límites de sus paredes, pues a petición, o con consulta del Padre que los administra, muchos de los vecinos pobres se curan en sus casas, dispensándoles todo de licencia del Prelado la asistencia de Médicos, medicinas, y alimentos”.
En cuanto al Hospital de la Pasión, también conocido como “Hospital de las Bubas”, fue fundado en 1.498.
Este hospital adquirió gran importancia como centro especializado en el tratamiento de las bubas, que recibieron el nombre de sífilis a partir de 1.521.
Fue el primer lugar de España donde se empezó específicamente a tratar la sífilis con fumigaciones de mercurio procedente de las minas de Almadén, teniendo el hospital el privilegio Real de no tener que pagar impuesto alguno para el traslado del mercurio desde la mina al Monasterio.
Años después, dicho hospital se convirtió en hospital de referencia del Reino de España en el tratamiento de la Sífilis de los soldados de todos los tercios de los ejércitos del Rey.
En lo referente al tratamiento que se practicaba en este hospital de Guadalupe, se ha estado utilizando como el mejor método para curar la Sífilis, hasta bien entrado el Siglo XX.
Otra dependencia hospitalaria era la Enfermería de los Monjes, que se ubicaba dentro del propio Monasterio, en el claustro gótico, que estuvo destinado anteriormente a la botica. La enfermería como tal, fue mandada construir por el Prior Fray Juan de Siruela en 1.519 y fue terminada, después de varias interrupciones, en 1535.
Según la describe un cronista de la época:
“Es una bonita pieza arquitectónica de tres plantas, con un orden de arcos en cada una en las que se encontraban los aposentos para los enfermos. La distribución de las mismas se hacía teniendo en cuenta los años de profesión monástica del paciente, así como la orientación, la altura (las de la planta baja tenían prioridad en verano) y las vistas de la estancia”.
Otros centros aunque no destinado específicamente a la atención a enfermos; sino más bien a la acogida u hospedaje de los peregrinos fueron: el Hospital del Obispo, el Hospital de los Niños Expósitos, el Hospital de las Beatas, el Hospital de San Andres, el Hospital de San Bartolomé, el Hospital de San Sebastián y el Hospital de Nuestra Señora de la O.
Por último, y también relacionado con la asistencia hospitalaria, decir que asimismo se practicaba las “uroscopias” (similar a los análisis de orina) a los vecinos de la Puebla.
Para lo cual cada mañana se efectuaba dicho Análisis en la Farmacia del Monasterio, tras haber dejado los enfermos una muestra a las puertas del mismo, tras lo cual una vez analizada, se prescribían a los enfermos los medicamentos adecuados dispensados en la botica del monasterio.
En cuanto al instrumentar medico usados en los mencionados hospitales, queda bien reflejados en el inventario del “Libros del Oficio de Cirugía”, y consistía fundamentalmente en: jeringas, ventosas, cuchillos, tenazas para extraer saetas, martillos, tenazas y gatillos para extraer muelas, así como sierras pequeñas para cortar huesos, limas para aserrar y agujas para coser llagas, entre otros instrumentos.
La utilización de las jeringas estaba encaminada especialmente para la aplicación de las lavativas y la existencia de tenazas para sacar flechas se explica porque en aquella época en la zona de las Villuercas había una gran riqueza cinegética lo que conllevaba numerosos accidentes de caza.
En cuanto al gran número de instrumentos dedicados a los males de la dentadura (limas, gatillos, tenazas, etc.) revelan una gran especialización en esta área de la medicina. Siendo Guadalupe una verdadera Universidad de lo que hoy conocemos como Odontólogos.
E igualmente es de destacar, el gran y variado instrumentar existente encaminado al tema de las amputaciones. Ya que en los hospitales de Guadalupe se hacían todas clases de amputaciones, incluido los miembros superiores e inferiores.
Por último, la existencia de agujas para coser llagas revela la pronta asimilación habida en el monasterio hacia todas las prácticas novedosas de una cierta seriedad como es el “cierre por cosión” de las herida tanto exteriores como interiores (operaciones).
En cuanto se refiere a la organización de los mencionados hospitales, según cuentan las crónicas:
“Todos los días que haya enfermos o que no los haya, toca el Médico una campana por la mañana, a la hora de prima, y por la tarde a las dos, a cuya señal se juntan los boticarios, enfermeros, cirujanos, sangradores y otros ministros que asisten con el Médico a las visitas y ejecutan a su hora cada cual lo que le toca”.
E igualmente, cuentan las crónicas, que en todos los hospitales se llevaron a cabo en aquella época algunas de las principales prácticas quirúrgicas europeas, como: amputaciones, intervenciones odontológicas, obstetricia, etc.
Sin embargo de todas ellas, las que le supusieron un mayor prestigio a los hospitales de Guadalupe fueron: “La sutura de heridas, que se comenzó a usar en Guadalupe casi medio siglo antes que se comenzara a usar en Europa y la realización de autopsias en cadáveres humanos, autorizados oficialmente por los distintos Papas, mientras que en Europa se realizaban de forma clandestina o con animales”.
En lo referente al funcionamiento, al principio, como sucede en tantas instituciones, las normas o costumbres de los hospitales, eran las que se practicaban en la propia Orden de San Jerónimo y las que, poco a poco, se introducían por la Comunidad del Monasterio y por la práctica y sagacidad de sus médicos, cirujanos y expertos.
Pero pasado algún tiempo, ya en 1.462, aparecen, aunque de forma breve y dentro de los “Libros de Oficios del Monasterio de Santa María de Guadalupe”, algunas disposiciones y datos concretos sobre el funcionamiento de los hospitales.
Publicándose posteriormente: “Las Ordenanzas y Costumbres de los Reales Hospitales”, que a semejanza de otros Reales Hospitales, como el de San Lorenzo del Escorial, eran norma y práctica de obligado cumplimiento.
Dichas Ordenanzas eran fruto de la larga experiencia hospitalaria, de la ciencia y de la intensa dedicación al servicio de los enfermos de los monjes y seglares, que fielmente atendían el servicio de atención a los peregrinos pobres, que acudían a Nuestra Señora de Guadalupe en demanda de curación de sus dolencias.
Además en dichas Ordenanzas estaban recogidos los derechos y obligaciones de las personas que se dedicaban a los hospitales: administradores, médicos, cirujanos, practicantes, enfermeros, profesores, porteros, dispensadores, cocineros y otros servicios auxiliares.
Por otro lado, a ser el número de enfermos elevado, por la continua afluencia de peregrinos pobres y constantes peticiones de ingreso, y la limitación del número de salas y de camas, exigía cierta limitación en la aceptación de enfermos.
Por lo cual se hizo necesario dictar unas normas, que excluían, por esta razón, algunos enfermos, afectados de dolencias contagiosas, entonces incurables que hoy conocemos como: tuberculosis, diarreas, sarna, asma, infecciones con fiebres y lepra.
“Ninguna de estas enfermedades se recibe en este santo Hospital por ser las más de ellas contagiosas, y no haber para dichos enfermos Salas determinadas, y el Padre Administrador en conciencia, los debe despedir, por los grandes riesgos de que excite una epidemia.
No obstante la Ordenanzas advertían, que:
“Si algún enfermo, por desgracia, estándole curando otra enfermedad, se fuere a tuberculoso o sarnoso, se debe en justicia curar, pasándole al cuarto que para estos casos ay preparado. Y no deberá despedir porque fuera inhumanidad.
Lo mismo se ejecutará con los camarientos y debe el medico dar cuenta sin dilación para que los saquen de la sala. Sobre este punto vivirá con gran vigilancia del Padre Administrador, por el contagio que pueda originar, y el gran daño que al bien común le puede sobrevenir”.
“Igualmente se admitirán a los Infecciosos con heridas siempre que el médico, forme alguna esperanza de su curativo, a cuyo dicho y concepto se debe estar para la adquisición, de los que comparezcan y se presenten con semejante enfermedad”.
A través de la lectura de las diferentes Ordenanzas, se aprecia el perfecto funcionamiento de los centros, que, como casa de caridad, acogieron multitud de peregrinos enfermos, como respuesta al mensaje de atención al Vaquero Gil Cordero, transmitido por Nuestra Señora, cuando se le manifestó junto al río Guadalupe.
Otro de los Servicios que prestaba desde finales del siglo XIV, la Comunidad Jerónima en Guadalupe, fue la “Cuna de Expósitos” u “Hospital de Niños Expósitos”.
Cuentan las crónicas, que en un pueblo con un flujo tan intenso de visitantes de distinto tipo y condición, no resultaba extraño que el abandono de niños recién nacidos alcanzase proporciones especialmente elevadas.
Tras ser atendidos por amas de cría, los niños una vez habían cumplido los siete años, se incorporaban como aprendices a uno de los muchos oficios que había en el Monasterio.
En consecuencia, la casa-cuna, aparte de atender una lacra social, fue también un instrumento de la política laboral de los jerónimos.
Francisco de San José, insigne escritor, nacido en Campanario, describe la casa-cuna, con los siguientes elogios:
“No es menos digna de celebrarse la misericordia, que usa con los Niños Expósitos. Tiene dispuesta una casa con su Casera, mujer de avanzada edad, buena, vida, temerosa de Dios, y de costumbres honestas.
En esta casa ay un balcón a la calle, por donde sin alguna nota levantando un alzapón echan los niños en una cuna, dispuesta siempre para estos lances; y con el aviso de algunos golpes responde la Casera, que duerme en el mismo cuarto; registra la criatura, y por la mañana la lleva al Padre Portero Mayor, que cuida con entrañable caridad de la crianza, y asistencia de estos Angelitos, haciendo se los lleven las Amas en muchas ocasiones, para ver como los crían.
Luego inmediatamente se les busca Ama, se les viste, se les asea, se
celebra su Bautismo, y hasta cumplidos siete años se usa con ellos esta misericordia, y después se les atiende de mucho para que aprendan oficio,
que como tiene tantos el Monasterio, gozan los varones fácilmente de esta
grande conveniencia, dándoles de comer, y de vestir desde el primero día,
como si supiesen ya el oficio.
Y a las niñas procuran los Prelados hacerlas muchas limosnas para que anden decentes, y no sea necesidad peligro de algún tropiezo; ni salen a servir a parte alguna sin consulta, y licencia del Padre Portero Mayor, que mira, para darla autorización”.
Aunque nadie pueda dudar, de que la Casa-Cuna, fuera una gran obra de carácter social para la época.
Los Jerónimos de Guadalupe, tuvieron una actuación aún más innovadora en la esfera asistencial, que consintió en la organización de una especie de Seguridad Social para todo el personal que había trabajado en la Casa y por su avanzada edad ya no estaba en condiciones de trabajar. Pues con cargo al Monasterio les proporcionaban servicio médico gratuito y una pensión de por vida, concediéndose dichas prestaciones también a las viudas.
Ni que decir tiene, que el Monasterio no estaba obligado a otorgar dichas pensiones, pero su concesión alcanzó un elevado grado de institucionalización en el tiempo, por lo que no pueden ser consideradas como una mera práctica caritativa, sino un derecho.
Unido a los Hospitales de Guadalupe, se desarrolló en su seno una verdadera “Escuela de Medicina”.
Se tiene constancia desde muy temprana fecha de la existencia de dicha Escuela, pues en los años de 1.440 los Papas autorizaron a los Legos no ordenados in sacris al estudio y la práctica de la medicina en los hospitales de Guadalupe, como reconocimiento de una práctica ya común en esos años.
Esta necesidad de formar médicos vino dada por la gran afluencia de peregrinos llegados desde todos los puntos de la península al santuario. Lo que conllevo que Guadalupe se convirtiera pasado un tiempo en una auténtica Escuela de Medicina, a la que llegaban alumnos de todas las partes de España para su aprendizaje; ya que la formación era global, pues a las elecciones teóricas hay que sumarle las prácticas en la cabecera de enfermos en los hospitales.
La formación era tan completa, que médicos formados en Guadalupe, llegaron a ser profesores en otras Escuelas famosas como la de Salamanca.
En cuanto a los aprendices de dicha escuela, se desconoce su número total, pues muchos de ellos eran monjes del propio Monasterio.
Estos aprendices convivían con los estudiantes del Colegio de Gramática fundado por los Reyes Católicos. Para el acceso a estos estudios, lo que dada las pocas plazas era un auténtico privilegio, existían cartas de recomendación para enviar aprendices a estudiar medicina o cirugía al Hospital General, aunque había casos que los que solicitaban estudiar en Guadalupe eran ya médicos ya formados, que querían acudir a “La Puebla” para ampliar sus conocimientos, lo que da idea del alto concepto en que se tenía a la enseñanza impartida en Guadalupe.
Complementaba la enseñanza teórica la atención en la cabecera de los enfermos, aprovechando la visita diaria a los mismos. Además se contaba con una gran biblioteca médica actualizada con los autores más importantes de cada momento, en latín y Romance, tanto de autores de la Ibérica, como del extranjero.
Un punto muy importante de la enseñanza de la Escuela, dentro de las actividades médicas que se realizaban en Guadalupe, era el referente a las prácticas de autopsias.
El interés por la anatomía humana vino a la Península Ibérica procedente del Norte de Italia, y a través de la Corona de Aragón.
Por ello será la Universidad de Lérida, como señalan algunos historiadores, la primera institución en recibir el privilegio de realizar disecciones sobre un condenado a muerte.
Para el caso de Guadalupe es difícil precisar la fecha en que comienzan las actividades anatómicas. Algunos cronistas dicen que desde la primera mitad del XIV ya existía una escuela dedicada a este tipo de prácticas, aunque según las fuentes documentales sólo confirman sin lugar a dudas la existencia de una escuela anatómica desde el siglo XVI.
Las disecciones en los cadáveres humanos, eran realizadas, por lo general, por un médico con formación universitaria, y no por un cirujano propiamente dicho.
Las disecciones en Guadalupe tenían una finalidad de aprendizaje teórico de la anatomía, aunque ello no excluye la posibilidad de otras realizadas con fines de anatomía comparada, como las que se efectuaban sobre animales.
Por tanto, y como conclusión, es evidente que se puede hablar con total certeza acerca de la existencia de una escuela anatómica en Guadalupe ya desde comienzos del XVI, si bien sus orígenes se remontarían, a juzgar por algunos testimonios a tres siglos antes.
Además de la realización de procesos anatómicos, los hospitales de Guadalupe fueron centros de ampliación de estudios y de conocimientos de diferentes especialidades para médicos ya titulados.
Tal fue su fama durante los siglos XV y XVI sobre todo, que acudían allí médicos de toda España para aumentar y completar su formación teórica; para adquirir experiencia práctica y para aprender determinados procedimientos terapéuticos que se encontraban más desarrollados en Guadalupe que en otros lugares.
Como en el caso de los hospitales, la Enseñanza en Guadalupe también estaba Reglamentada como en otros lugares del Reino.
De hecho existía el Reglamento del Hospital-Escuela o Escuela de Medicina, que la organizaba en conformidad con la época.
En las Ordenanzas de 1.741, la Escuela de Medicina de Guadalupe, redacta unas completas normas para su mejor funcionamiento, en su doble vertiente de enseñanza médica y de prácticas de cirugía y anatomía.
La normativa de estas Ordenanzas recogía entre otras cosas: la organización de los cursos, métodos, horarios de clases, profesores, días lectivos y un largo etc.
En el capítulo “El tiempo de curso para los Practicantes cuando empieza y cuando acaba” se exponía:
“Es costumbre en este Santo Hospital que el día después de San Lucas, señale el Médico la lección a los Practicantes, a cada uno según se hallen adelantados, o a todos en un mismo libro, y este será el Autor, que siga el Médico.
Todos los días del año, y todas las horas del día en que se hallen desocupados deben aplicarse para el aprovechamiento, que este es el fin para que sean recibidos en este Santo Hospital.
Luego que por la mañana, cumplen con la asistencia de los enfermos, limpieza de salas, y componen las camas, cada uno en su sala toma su libro, retirándose uno de otro; estudian la lección señalada con toda su intensión, cuidado y honra, con esta prevención evitarán el verse corridos y desairados cuando se la preguntan; así conocerán los asistentes, los que cumplen, pues los más de los días suele asistir a la lección el padre Administrador, el Cirujano Mayor, Sangrador de la Comunidad y el Pasante y no puede dejar de causar rubor el preguntar a uno la lección, y no dar cuenta de sí.
La lección comúnmente es entre dos de la tarde, después de la visita
de los enfermos. Si el Médico quiere entrar en el Aula y sube a la Cathedra,
o se sienta en un escaño de los del Claustro; como fuere su gusto.
Todos los practicantes aunque sean de los más antiguos y estén examinados se están en pie cruzados los brazos, descubiertas las cabezas; hechos media luna, respondiendo según el Médico les quisiere preguntar o toda la lección a uno o por párrafos, según gustare el médico, atendiendo todos a lo que se les explica, con gran silencio e intensión, como quien escucha para aprender”.
En cuanto a la Cirugía, las normas al respecto eran:
“Será obligación del Cirujano Mayor hacer Anatomías en los enfermos durante los tres meses de invierno demostrando y explicando a los Practicantes las partes del cuerpo humano que tenga por convenientes, la enseñanza y humana conservación.
También ha sido estilo en ese Santo Hospital tener acto de Cirugía en el curso, pero esto queda al arbitrio del Médico. Cuando determina tenerle se reparten papeles algunos Padres, los que pasan a este Santo Hospital para concurrir a la función”.
En lo que se refiere a la visita médica diaria, las Ordenanzas introducían:
“Debe ser obligación del Médico visitar dos veces al día, a los enfermos del Hospital de los Hombres, y al de las Mujeres: Una por la mañana y otra por la tarde, y luego que haya evacuado las visitas del Convento”.
Como se puede ver por todo lo expuesto anteriormente, en el Monasterio de Guadalupe concurrían todos los elementos para considerar a esta institución como una verdadera Escuela de Medicina.
Ya que disponía de centros en los que se realizaba una medicina de altura, empleando la dietética, la farmacoterapia y la cirugía como armas terapéuticas.
A la vez que existían profesores, que eran auténticos maestros, y alumnos, tanto aprendices como profesionales titulados venidos de otros lugares del Reino, que impartían docencia teórica y práctica, incluida la disección anatómica en cadáveres.
Por todo ello, en algunos aspectos los médicos guadalupenses fueron pioneros, en el tratamiento de algunas enfermedades como: la sutura de las heridas, las ligaduras vasculares, extracciones dentales, y en el diagnóstico y tratamiento de la sífilis.
Además, para su formación como se ha expuesto anteriormente, disponían de una buena biblioteca, con textos actualizados para la época; a la vez que dieron a conocer y difundieron su experiencia en diversas publicaciones.
En conclusión, se puede decir, que la medicina en Guadalupe, adquirió un gran auge, haciéndose más científica y menos empírica, y siendo muy diferente a la ejercida en otros monasterios, que se limitaban a hospedar al enfermo, darle de comer, asistirle espiritualmente y a aplicarle remedios elementales para sus enfermedades.
En este gran desarrollo de la Medicina en Guadalupe, tuvieron mucho que ver los médicos de origen judíos, ya que a estos no les planteaba problemas de conciencia trabajar directamente sobre el cuerpo humano para así conocerlo mejor y poder tratar mejor sus afecciones.
Es conocido por diferentes documentos, que muchos judíos conversos se introdujeron en la Orden de los Jerónimos, para desarrollar la práctica de la Medicina, ya que en aquella época la medicina y la cirugía eran profesiones realizadas generalmente por personas de Raza Hebrea. Ya que estos seguían la doctrina Averroísta que rompía con el pensamiento clásico de estudiar primero los organismos de los animales, para luego trasladado al humano.
Aunque también hay que decir, que dada la condición de clérigos que tenían muchos de ellos, la Inquisición los tuvo bajo sospecha, no solo por la práctica directamente sobre el cuerpo humano; sino por su propia condición de no ser cristiano viejo y estar en una Orden Religiosa.
Pero lo Jerónimos de Guadalupe, que eran unos adelantados para su época, crearon en su seno su propio Tribunal Inquisitorial, aunque con el fin último, no así de perseguir a los inquisidores, sino de controlar que realizaban bien sus trabajos y funciones.
Por ello en los muchos procesos inquisitoriales que se llevaron en España por el ejercicio de la medicina, ningún médico de Guadalupe fue acusado por los Tribunales.
Pues los propios Jerónimos seguían de cerca la situación, para que el caso no se diera, ya que de haber sido procesado algún médico o cirujano, hubiera hecho mucho daño a la buena fama de la que gozaba la sanidad del Monasterio de Guadalupe.
Íntimamente unida a los hospitales y la escuela, se encontraba la célebre BOTICA de Guadalupe.
Cuentan las crónicas que a la llegada de Los Jerónimos, ya existían en Guadalupe algunas boticas, aunque como tal solamente debía definirse la instalada en el propio Monasterio, en la nave o pabellón del lado sur del actual Claustro Gótico.
Hacia 1.524 fue trasladada la misma, al lado norte del referido Claustro, edificado durante los años 1.520, llamado también por esta razón Claustro de la Botica. Permaneciendo en esta lugar, hasta el Siglo XIX que fue trasladada a la entrada del Monasterio
La Botica o Farmacia, estaba dotada según cuentan las crónicas de un buen instrumental y trabajaban en ella tanto monjes como seglares, bajo la dirección del Padre Boticario, en la preparación de medicinas y otros remedios con plantas y productos del entorno, especialmente de la huerta del Almíjar, próxima al propio lugar.
Son muchos los historiadores antiguos, que cuentan la hermosura de la Botica Guadalupense. Uno de ellos, es el escritor Gabriel de Talavera, que nos dice:
“Hay en esta enfermería, por la parte que cae a los huertos, una célebre y famosa botica; tan grande, tan limpia y bien acabada, tan abundante de medicinas y muchedumbre de vasos, que no creo haya otra semejante oficina en toda España.
Todos los instrumentos y vasos para el servicio de las medicinas necesarias son de plata con toda la policía del mundo, mostrando con los enfermos tanta liberalidad y abundancia, que no hay gasto alguno que se tenga por costoso, aunque lo sea mucho, como puede servir de algún reparo; recompensando en estas ocasiones el continuo rigor y aspereza que en salud ejercitan los religiosos.
A una esquina, hay un leoncillo de bronce arrojando por boca y ojos abundantes chorros de agua en un pilar de cantería ochavado, para el servicio de la botica. Esta pieza es muy vistosa por su dilatación, claridad y aseo grande con que están dispuestas en debido orden todas sus cosas.
Compónese su fábrica de dos salas: La primera sirve a las medicinas galénicas, y la segunda, que no es tan grande, pero no menos hermosa, guarda lo más precioso de piedras, sales, espíritus y otras mil diferencias de drogas que pertenecen a la Espagírica. De todos géneros abunda tanto, que habrá pocas más bien surtidas en España”.
CIENCIAIgual que la BOTICA, otra dependencia íntimamente unida al Monasterio en general y en particular a los Hospitales y la Escuela de Medicina, era su célebre BIBLIOTECA.
En el inventario que se entrega a los Jerónimos a su llegada, no se menciona la existencia de ninguna Biblioteca. Ya que al parecer los primeros libros que entraron en el Monasterio son los que aporto el Obispo de Sigüenza por 1.388, así como los aportados por Fray López de Olmedo, quien al ingresar en la Orden sobre 1.415, llevo consigo más de setenta manuscritos la mayoría de ellos de contenido jurídico.
Hecho este, de donar todos sus libros, que sucedería con muchos de los nobles y personajes que al ingresar en al Orden donaron toda su biblioteca.
Aparte de las múltiples donaciones, también muchos otros libros y legajos, llegaban a la Biblioteca de Guadalupe en calidad de depósito, para ser manuscrito por los Monjes especializados a tal fin, quedando muchas veces el original en propiedad del Monasterio.
Por otro lado, en los años de su gran bonaza económica, el propio Monasterio comenzó a comprar los “libros de molde”, lo que supuso el abandono de muchos manuscritos, que fueron arrinconados en diversos desvanes del Monasterio.
Hay que decir también, que otros muchos manuscritos existentes en Guadalupe, fueron trasladados en su día al Monasterio del Escorial cuando Felipe II puso dicho Monasterio bajo la administración de los Jerónimos.
Entonces se pidió a los principales Monasterios de España que prestaran al del Escorial los mejores códices para allí copiarlos o imprimirlos, con la promesa de luego restituirlos a sus antiguos Monasterios, hecho este que en muchos casos no sucedido, como fue el caso de varios ejemplares del Monasterio de Guadalupe.
Aunque mucho se ha escrito y especulado con la grandiosidad de la Biblioteca de Guadalupe, y siendo está muy considerable, la mayoría de los historiadores que la han estudiado vienen a coincidir que el número de ejemplares existentes en la misma sería algo superior a los 10.000 ejemplares.
Aunque todos puntualizan que más que la cantidad existente, la grandiosidad de la misma se debía a la existencia de diferentes manuscritos, verdaderos iconos únicos sobre la historia del propio Monasterio, la de España, y de la Medicina que se practicaba en Guadalupe.
Pero la Biblioteca, como el propio Monasterio años más tarde y con motivo de la Desamortización sufrió un verdadero expolio, ya que la tasación de la Biblioteca fue realizada por funcionarios civiles enviados por la Administración que no conocían ni el valor físico, ni cultural de lo que guardaba.
A lo que hay que sumar, que el propio Bibliotecario que había en aquellos momentos después de buscar por varios desvanes y separar unas 400 obras que encontró, vendió todos los manuscritos al precio de papel, consiguiendo 87 pesetas por las 130 arrobas que pesaban los mismos.
Los pocos libros y manuscritos que a pesar de lo sucedido quedaron en Guadalupe, fueron recogidos por los Franciscanos cuando llegaron a ocupar el Monasterio en 1.908, comenzando una labor de investigación y clasificación de todo el material, que ha durado casi todo el siglo XX.
Por otro lado, como se ha expuesto anteriormente, desde comienzos del Siglo XVI, los Hospitales de Guadalupe gozaron de la asistencia facultativa de eminentes profesionales de la medicina.
El buen nombre de médicos y cirujanos y de la calidad de su asistencia sanitaria en los centros de salud del Real Monasterio se extendió por todas partes del Reino, por lo que es frecuente encontrar en antiguos códices, tratados de medicina y crónicas de viajes encendidos elogios hacia los mismos.
Sirva de ejemplo lo manifestado por el escribano de Trujillo, a comienzo del Siglo XVI.
“El prior del convento siempre trabaja para tener médicos muy letrados e de muchas experiencias e hombres muy doctos en dicho oficio e tales que aunque en Trujillo y en otras partes de las comarcas ay médicos, muchas veces este testigo a visto venir de muchas partes a procurar a los médicos que la dicha casa ha tenido para los llevar a curar algunas personas ricas e honradas las cuales no se contentan con los médicos que en sus lugares tienen e para hombres de mayores experiencias e mejores médicos se desean e quieren curar con los de la dicha casa e monasterio e puebla tienen”.
Entre los muchos médicos y cirujanos que pasaron por los hospitales y escuela de medicina de Guadalupe y que más sobresalieron en la historia de medicina española nos encontramos a:
- FRAY LUIS DE MADRID, monje no sacerdote, gran cirujano y quizás el más famoso de los médicos de los Reales Hospitales de Guadalupe.
Tal era su formación y conocimientos, que la reina Isabel la Católica pidió que estuviera a su lado durante el nacimiento de su hijo Juan e igualmente le confió la curación de su hija María, reina de Portugal, que sufría grandes dolores de cabeza, como consta en la carta de 20 de diciembre de 1.503, que la propia Reina escribió de su puño y letra solicitando su servicio:
“Devoto Padre: Por lo que el doctor Soto, mi físico, os escribe, veréis como la Serenísima Reina de Portugal, mi hija, está mal de Testa, si porque tengo confianza en vos que la curaréis mejor que otros y trabajaréis en ella como es razón, acordé de que vais allá, e escribo al General de vuestra orden que os de licencia para ello y creo os la otorgará sin dilación: Por ende yo os ruego que en recibiendo esta os dispongáis en ir allá, e vais lo más pronto que podáis: porque yo espero que nuestro Señor, que con su ayuda, vuestra presencia aprovechará para la salud de dicha Reina mi Hija. De Medina a XX de Diciembre de MDIII. Yo la Reina. Por mandato de la Reyna”.
Se puede decir, que dicho cirujano se convirtió en el médico de cabecera de la Casa Real, ya que los Reyes le consultaban todo lo que tenía que ver con su salud y la de sus hijos, hasta tal punto que algunas veces Fray Luis solicitaba que trajeran al Monasterio a los infantes para poder tratarlo mejor.
Tal era su admiración hacia él, que fue nombrado por los Reyes Católicos “Alcalde Examinador mayor de todos los físicos, cirujanos, ensalmadores, boticarios, especieros y de oficios anexos o conexos a los mismos”.
E igualmente fue nombrado miembro del primer Protomedicato que se constituyó en el Reino de España, cuyo objetivo era el control de la profesión médica en todos sus aspectos, desde la ética de los médicos, hasta la buena praxis.
- Otro gran médico que sobresalió por sus grandes conocimientos fue el Dr. MORENO, también Protomédico en la época de Felipe II, e ilustre facultativo de los Reales Hospitales de Guadalupe en su mayor época de esplendor.
Este ilustre médico asistió, entre otros muchos enfermos, a doña María Pizarro, esposa del famoso jurisconsulto Gregorio López, alcalde de Guadalupe, en un peligrosísimo parto que, según testimonio del mismo doctor, “fue tan milagroso, que era efecto propio del poder de la Virgen”.
Según los cronistas, este parto es el que se encuentra representado en uno de los cuadros del Claustro Mudéjar, pintado por Juan de Santa María en el siglo XVII.
- Para otros historiadores, la figura más sobresaliente de la Escuela de Medicina de Guadalupe, y uno de los mejores cirujanos de Europa en su tiempo, es FRANCISCO DE ARCE O ARCEO.
Este extremeño, autor de una importantísima Obra de Medicina. Vio Ia luz en Fregenal de Ia Sierra el año 1.492.
Estudió Ia Medicina y Cirugía en la Escuela de Guadalupe y cuando terminó su carrera fue nombrado médico cirujano de los Reales Hospitales.
Muy joven debió Arceo concluir la carrera, pues con solo 24 años estaba ya operando en las clínicas del monasterio, según se desprende de sus propias palabras:
«Hallándome -dice- de médico en el convento de Guadalupe, se presentó un hombre, en el año do 1516, que padecía un gran absceso en el muslo. Se lo dilaté...»
Años más tarde paso a ejercer como médico titular en la ciudad de Llerena, practicando con éxito difíciles y arriesgadas operaciones en esta población, y en las inmediatas de Fregenal, Valverde de Llerena, Fuentes de León, Calzadilla, Lumbreras, Fuente de Cantos y otros pueblos de Extremadura.
Los eruditos e historiadores de la medicina en España, lo consideran como el primer gran cirujano de su siglo, y uno de los máximos exponentes de la cirugía europea del XVI.
Ya que fue uno de los Pionero en neurocirugía, cirugía torácica, cirugía de la mama, ortopedia infantil (inventó el calzado ortopédico) y cirugía plástica, ya que llevo a cabo una operación a un paciente con la cara destrozada al cual le había corneado un toro entrándole el asta por el ojo y saliéndole por la oreja. Por lo cual también se puede decir, que fue un adelantado de la cirugía taurina
Ejemplares de las obras que escribió, existen en las Universidades de: Harvard, Washington, Glasgow, Londres y Complutense de Madrid. Fue profesor y maestro de cirugía de varios médicos ilustres entre los que cabe citar a Diego de Ceballos, médico de Carlos I en Flandes, al doctor Moreno, médico de las Infantas españolas y protomédico de Felipe II y a Joan del Águila, cirujano de Carlos I a petición de Felipe II.
Por ultimo entre los médicos y cirujanos más ilustres de los Hospitales y escuelas de Guadalupe, tenemos a otro extremeño, Juan Soropán de Rieros, que según su propio testimonio nació en Logrosan en 1.572 y estudio medicina en la Escuela del Hospital de San Juan Bautista en Guadalupe graduándose el 15 de diciembre de 1.592 a los veinte años.
Además de en Guadalupe, ejerció posteriormente la medicina en Llerena y Granada, donde obtuvo la categoría de médico de la Real Chancillería.
Sorapan fue el primero y más ilustre de los médicos españoles, que trataron de la medicina a través de los refranes, con la publicación en 1.616 de su célebre obra: “Medicina española contenida en proverbios vulgares de nuestra lengua”.
Como el objetivo de su obra, era transmitir sus conocimientos médicos al pueblo llano a través de refranes populares, en vez de escribir su obra en latín como era la costumbre de la época, la escribió en castellano antiguo. Por ello, algunos historiadores la consideran para su época como una auténtica “Enciclopedia de la Salud”.
Y es que en su obra, Sorapan se hace eco de las opiniones médicas dominantes de la época y no solo de las suyas. Además de hacerlo con un gran sentido de humor y pegado al suelo de Extremadura, debido al gran amor que tenía a su tierra.
En ella, trata diferentes temas como: La necesidad de una alimentación sana, los beneficios de los ejercicios corporales, la salud que conlleva dormir bien, la necesidad de una vida sexual equilibrada y sana, la necesidad de una buena higiene infantil o de lo beneficioso que es para los niños que las madres le den el pecho.
Tesis todas ellas, que según han ido pasando los años se han convertido por los diferentes Sistemas Universales de Salud, en verdaderos principios para que los pacientes lleven una vida saludable.
Sirvan de ejemplos, los siguientes refranes sobre la comida y los alimentos, para conocer y entender lo que el médico de Logrosan allá por el año 1.600 pretendía que conociera el pueblo llano, y de esa forma pudieran mejorar su estado de salud.
- Pan de ayer, carne de hoy y vino de antaño, mantienen al hombre sano.
- Si quieres vivir sano, acuéstate temprano.
- Quien quiera vivir sano, coma poco y cene temprano
- Después de comer dormir y de cenar, pasos mil.
- No quiere mal, quien le dice al viejo que ha de cenar.
- De la carne el carnero, y del pescado el mero.
- Capón de ocho meses para mesa de Reyes.
- Carne de cría, y peces de agua fría.
- Buena es la trucha, mejor el salmón, bueno es el sábalo cuando es de sazón.
- La Aceituna, una es oro, dos es plata y la tercera mata.
- De los colores la granada y de las frutas la manzana.
Y en cuanto al agua exponía:
- El agua sin color, ni sabor, y que tras ella se vea el sol.
- Agua mala hervida y colada.
- Y Agua que corre nunca mal coge.
Estos médicos y cirujanos, son algunos de los protagonistas, junto con otros sanitarios y servidores de los Hospitales de Guadalupe, referentes de una etapa de la institución Guadalupana, que ha sido calificada por algunos autores como la «Edad de Oro» del Monasterio de Guadalupe, en la que la docencia y la asistencia sanitaria, desde Extremadura alcanzaron un alto nivel científico para gloria de la Medicina Española.
El resplandor del Monasterio de Guadalupe en todos los aspectos, duro hasta la segunda mitad del Siglo XVIII, en el que con motivo de la Exclaustración de 1.835 sufrió su gran declive con la expulsión de Los Jerónimos, lo que conllevo el abandono material del Monasterio y la desaparición entre otras cosas de una gran parte de su tesoro artístico debido al pillaje incluso desde estancias oficiales.
Ello además, de borrarlo como punto de referencia de la conciencia nacional y religiosa, perdiendo incluso la Virgen Morenita la gran advocación mariana que tenía no solo en la Península Ibérica, sino incluso en todas las tierras conquistadas tanto por España como por Portugal.
Este hecho tal lamentable se mantuvo hasta 1.908 en que apoyado por un potente grupo de la burguesía no solo extremeña, sino nacional, capitaneados por el Márquez de la Romana, se hicieron cargo del Monasterio un pequeño grupo de Franciscanos procedente del Monasterio Extremeño del Palancar, que en su día fundara San Pedro de Alcántara.
Los mencionados franciscanos, sin más bagaje que su voto de pobreza y una gran dosis de fe e ilusión, trabajaron duramente por levantar de nuevo el esplendor que en su día tuvo el Monasterio.
Lo que unido al nacimiento y al desarrollo del Regionalismo en España en aquel momento, debido al declive que había sufrido como Nación con la pedida de Cuba y Filipinas a finales del XIX, conllevo que Guadalupe se convirtiera en un referente del naciente “Regionalismo Extremeño”, como lo demuestra que la Iglesia Católica nombrara en 1.907 a la Virgen de Guadalupe, Patrona de Extremadura y las grandes romerías de afirmación regionalista que se celebraron en 1.910 y 1.924, así como que en 1.928 el Papa junto al Rey Alfonso XIII la coronaran como “Reina de las Españas” o de la Hispanidad”.
ANTONIO ELVIRO ARROYO